SAN JUAN DE LA CRUZ (1542-1591), SUBIDA DEL MONTE CARMELO Obras completas
LIBRO SEGUNDO
En que trata del medio próximo para
subir a la unión de Dios, que es la fe; y así se
trata de la segunda parte de esta noche, que decíamos pertenecer
el espíritu, contenida en la segunda canción, que
es la que se sigue.
CANCIÓN SEGUNDA
A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
1. En esta segunda canción canta el alma la dichosa ventura
que tuvo en desnudar el espíritu de todas las imperfecciones
espirituales y apetitos de propiedad en lo espiritual. Lo cual
le fue muy mayor ventura, por la mayor dificultad que hay en sosegar
esta casa de la parte espiritual, y poder entrar en esta oscuridad
interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas, así
sensuales como espirituales, sólo estribando en pura fe
y subiendo por ella a Dios.
Que, por eso, la llama aquí escala
y secreta, porque todos los grados y artículos
que ella tiene son secretos y escondidos a todo sentido y entendimiento.
Y así, se quedó ella a oscuras de toda lumbre de
sentido y entendimiento, saliendo de todo límite natural
y racional para subir por esta divina escala de la fe, que escala
y penetra hasta lo profundo de Dios (1 Cor. 2, 10).
Por lo cual dice que iba disfrazada,
porque llevaba el traje y vestido y término natural mudado
en divino, subiendo por fe. Y así era causa este disfraz
de no ser conocida ni detenida de lo temporal, ni de lo racional,
ni del demonio, porque ninguna de estas cosas puede dañar
al que camina en fe.
Y no sólo eso, sino que va el alma tan encubierta y escondida
y ajena de todos los engaños del demonio, que verdaderamente
camina, como también aquí dice, a
oscuras y en celada, es a saber, para el demonio, al
cual la luz de la fe le es más que tinieblas. Y así,
el alma que por ella camina le podemos decir que en celada y encubierta
al demonio camina, como adelante se verá más claro.
2. Por eso dice que salió a oscuras
y segura, porque el que tal ventura tiene que puede
caminar por la oscuridad de la fe, tomándola por guía
de ciego, saliendo él de todas las fantasmas naturales
y razones espirituales, camina muy al seguro, como habemos dicho.
Y así dice que también salió por esta noche
espiritual estando ya su casa sosegada,
es a saber, la parte espiritual y racional, de la cual, cuando
el alma llega a la unión de Dios, tiene sosegadas sus potencias
naturales, y los ímpetus y ansias en la parte espiritual.
Que por eso no dice aquí que salió con
ansias, como en la primera noche del sentido, porque,
para ir en la noche del sentido y desnudarse de lo sensible, eran
menester ansias de amor sensible para acabar de salir; pero, para
acabar de sosegar la casa del espíritu, sólo se
requiere negación de todas las potencias y gustos y apetitos
espirituales en pura fe. Lo cual hecho, se junta el alma con el
Amado en una unión de sencillez, y pureza, y amor, y semejanza.
3. Y es de saber que la primera canción, hablando acerca
de la parte sensitiva, dice que salió en
noche oscura; y aquí, hablando acerca de la
parte espiritual, dice que salió a
oscuras, por ser muy mayor la tiniebla de la parte
espiritual, así como la oscuridad es mayor tiniebla que
la de la noche, porque, por oscura que una noche sea, todavía
se ve algo, pero en la oscuridad no se ve nada. Y así,
en la noche del sentido todavía queda alguna luz, porque
queda el entendimiento y razón, que no se ciega.
Pero
esta noche espiritual, que es la fe, todo lo priva, así
en entendimiento como en sentido. Y, por eso, dice el alma
en ésta que iba a oscuras y segura,
lo cual no lo dijo en la otra; porque cuanto menos el alma obra
con habilidad propia, va más segura, porque va más
en fe.
Y esto se irá bien declarando por extenso en este segundo libro, en el cual será necesario que el devoto lector vaya con atención, porque en él se han de decir cosas bien importantes para el verdadero espíritu. Y, aunque ellas son algo oscuras, de tal manera se abre camino de unas para otras, que entiendo se entenderá todo muy bien.
Del impedimento y daño que puede
haber en las aprehensiones del entendimiento por vía de
lo que sobrenaturalmente se representa a los sentidos corporales
exteriores y cómo el alma se ha de haber en ellas.
1. Las primeras noticias que habemos dicho en el precedente capítulo
son las que pertenecen al entendimiento por vía natural.
De las cuales, porque habemos ya tratado en el primer libro, donde
encaminamos al alma en la noche del sentido, no hablaremos aquí
palabra, porque allí dimos doctrina congrua para el alma
acerca de ellas.
Por tanto, lo que habemos de tratar en el presente capítulo
será de aquellas noticias y aprehensiones que solamente
pertenecen al entendimiento sobrenaturalmente por vía de
los sentidos corporales exteriores, que son: ver, oír,
oler, gustar y tocar. Acerca de todas las cuales pueden y suelen
nacer a los espirituales representaciones y objetos sobrenaturales.
Porque acerca de la vista se les suele representar figuras
y personajes de la otra vida, de algunos santos y figuras de ángeles,
buenos y malos, y algunas luces y resplandores extraordinarios.
Y con los oídos oír algunas palabras extraordinarias, ahora dichas por esas figuras que ven, ahora sin ver quién las dice.
En el olfato sienten a veces olores suavísimos
sensiblemente, sin saber de dónde proceden.
También en el gusto acaece sentir muy suave sabor, y en
el tacto grande deleite, y a veces tanto, que parece que todas
las médulas y huesos gozan y florecen y se bañan
en deleite; cual suele ser la que llaman unción
del espíritu, que procede de él a los miembros
de las limpias almas. Y este gusto del sentido es muy ordinario
a los espirituales, porque del afecto y devoción del espíritu
sensible les procede más o menos a cada cual en su manera.
2. Y es de saber que, aunque todas estas cosas pueden acaecer
a los sentidos corporales por vía de Dios, nunca
jamás se han de asegurar en ellas ni las han de admitir,
antes totalmente han de huir de ellas, sin querer examinar si
son buenas o malas. Porque así como son más
exteriores y corporales, así tanto menos ciertas son de
Dios. Porque más propio y ordinario le es a Dios comunicarse
al espíritu, en lo cual hay más seguridad y provecho
para el alma, que al sentido, en el cual ordinariamente hay mucho
peligro y engaño, por cuanto en ellas se hace el sentido
corporal juez y estimador de las cosas espirituales, pensando
que son así como lo siente, siendo ellas tan diferentes
como el cuerpo del alma y la sensualidad de la razón. Porque
tan ignorante es el sentido corporal de las cosas razonales, espirituales
digo, como un jumento de las cosas razonales, y aún más.
3. Y así, yerra mucho el que las tales
cosas estima, y en gran peligro se pone de ser engañado,
y, por lo menos, tendrá en sí total impedimento
para ir a lo espiritual; porque todas aquellas cosas corporales
no tienen, como habemos dicho, proporción alguna con las
espirituales. Y así, siempre se han de tener las
tales cosas por más cierto ser del demonio que de Dios:
el cual en lo más exterior y corporal tiene más
mano, y más fácilmente puede engañar en esto
que en lo que es más interior y espiritual.
4. Y estos objetos y formas corporales, cuanto ellos en sí
son más exteriores, tanto menos provecho hacen al interior
y al espíritu, por la mucha distancia y poca proporción
que hay entre lo que es corporal y espiritual. Porque aunque de
ellas se comunique algún espíritu (como se comunica
siempre que son de Dios) es mucho menos que si las mismas cosas
fueran más espirituales e interiores. Y
así, son muy fáciles y ocasionadas para criar error
y presunción, y vanidad en el alma; porque, como
son tan palpables y materiales, mueven mucho al sentido, y parécele
al juicio del alma que es más por ser más sensible,
y vase tras ello, desamparando a la fe, pensando que aquella luz
es la guía y medio de su pretensión, que es la unión
de Dios; y pierde más el camino y medio que es la fe, cuanto
más caso hace de las tales cosas.
5. Y, además de eso, como ve el alma que le suceden tales
cosas y extraordinarias, muchas veces se le ingiere secretamente
cierta opinión de sí de que ya es algo delante de
Dios, lo cual es contra humildad. Y también el demonio
sabe ingerir en el alma satisfacción de sí oculta,
y a veces harto manifiesta. Y, por eso, él pone muchas
veces estos objetos en los sentidos, demostrando a la vista figuras
de santos y resplandores hermosísimos, y palabras a los
oídos harto disimuladas, y olores muy suaves, y dulzuras
en la boca, y en el tacto deleite, para que, engolosinándolos
por allí, los induzca en muchos males.
Por tanto, siempre se han de desechar tales
representaciones y sentimientos, porque, dado caso que algunas
sean de Dios, no por eso se hace a Dios agravio ni se deja de
recibir el efecto y fruto que quiere Dios por ellas hacer al alma,
porque el alma las deseche y no las quiera.
6. La razón de esto es porque la visión corporal
o sentimiento en alguno de los otros sentidos, así como
también en otra cualquiera comunicación de las más
interiores, si es de Dios, en ese mismo punto que parece o se
siente hace su efecto en el espíritu, sin dar lugar que
el alma tenga tiempo de deliberación en quererlo o no quererlo.
Porque, así como Dios da aquellas cosas sobrenaturalmente
sin diligencia bastante y sin habilidad de ella, (así,
sin la diligencia y habilidad de ella), hace Dios el efecto que
quiere con las tales cosas en ella, porque es cosa que se hace
y obra pasivamente en el espíritu. Y así, no consiste
en querer o no querer, para que sea o deje de ser, así
como si a uno echasen fuego estando desnudo, poco aprovecharía
no querer quemarse; porque el fuego por fuerza había de
hacer su efecto. Y así son las visiones y representaciones
buenas, que, aunque el alma no quiera, hacen su efecto en ella
primera y principalmente que en el cuerpo.
También las que son (de) parte del demonio, sin que el
alma las quiera, causan en ella alboroto o sequedad, o vanidad
o presunción en el espíritu. Aunque éstas
no son de tanta eficacia en el alma como las de Dios en el bien;
porque las del demonio sólo pueden poner primeros movimientos
en la voluntad y no moverla a más si ella no quiere, y
alguna inquietud que no dura mucho, si el poco ánimo y
recato del alma no da causa que dure. Mas las que son de Dios penetran el alma, y mueven la voluntad a amar,
y dejan su efecto, al cual no puede el alma resistir aunque quiera,
más que la vidriera al rayo del sol cuando da en ella.
7. Por tanto, el alma nunca se ha de atrever a quererlas admitir,
aunque, como digo, sean de Dios, porque, si las quiere admitir,
hay seis inconvenientes:
El primero, que se le va disminuyendo la fe, porque mucho derogan
a la fe las cosas que se experimentan con los sentidos; porque
la fe, como habemos dicho, es sobre todo sentido. Y así
apártase del medio de la unión de Dios, no cerrando
los ojos del alma a todas esas cosas de sentido.
Lo segundo, que son impedimento para el espíritu si no
se niegan, porque se detiene en ellas el alma y no vuela el espíritu
a lo invisible. De donde una de las causas por donde dijo el Señor
(Jn. 16, 7) a sus discípulos que les convenía que
él se fuese para que viniese el Espíritu Santo,
era ésta. Así como tampoco dejó a María
Magdalena (Jn. 20, 17) que llegase a sus pies después de
resucitado, porque se fundase en fe.
Lo tercero es que va el alma teniendo propiedad en las tales cosas
y no camina a la verdadera resignación y desnudez de espíritu.
Lo cuarto, que va perdiendo el efecto de ellas y el espíritu
que causan en lo interior, porque pone los ojos en lo sensual
de ellas, que es lo menos principal. Y así, no recibe tan
copiosamente el espíritu que causan, el cual se imprime
y conserva más negando todo lo sensible, que es muy diferente
del puro espíritu.
Lo quinto, que va perdiendo las mercedes de Dios, porque las va
tomando con propiedad y no se aprovecha bien de ellas. Y tomándolas
con propiedad y no aprovechándose de ellas, es quererlas
tomar; porque no se las da Dios para que el alma las quiera tomar,
pues que nunca se ha de determinar el alma a creer que son de
Dios.
Lo sexto es que en quererlas admitir abre puerta al demonio para
que le engañe en otras semejantes, las cuales sabe él
muy bien disimular y disfrazar, de manera que parezcan a las buenas;
pues puede, como dice el Apóstol (2 Cor. 11, 14)
transfigurarse
en ángel de luz. De lo cual trataremos después,
mediante el favor divino, en el libro tercero, en el capítulo
de gula espiritual.
8. Por tanto, siempre conviene al alma desecharlas
a ojos cerrados, sean de quien se fueren. Porque, si no
lo hiciese, tanto lugar daría a las del demonio, y al demonio
tanta mano, que no sólo a vueltas de las unas recibiría
las otras, mas de tal manera irían multiplicándose
las del demonio y cesando las de Dios, que todo se vendría
a quedar en demonio y nada de Dios; como ha acaecido a muchas
almas incautas y de poco saber, las cuales de tal manera se aseguraron
en recibir estas cosas, que muchas de ellas tuvieron mucho que
hacer en volver a Dios en la pureza de la fe, y muchas no pudieron
volver, habiendo ya el demonio echado en ellas muchas raíces.
Por eso es bueno cerrarse en ellas y negarlas todas, porque en
las malas se quitan los errores del demonio, y en las buenas el
impedimento de la fe, y coge el espíritu el fruto de ellas.
Y así como cuando las admite las va Dios quitando, porque
en ellas tienen propiedad, no aprovechándose ordenadamente
de ellas, y va el demonio ingiriendo y aumentando las suyas, porque
halla lugar y causa para ellas; así, cuando el alma está
resignada y contraria a ellas, el demonio va cesando de que ve
que no hace daño, y Dios, por el contrario, va aumentando
y aventajando las mercedes en aquel alma humilde y desapropiada,
haciéndola sobre lo mucho,
como al siervo que fue fiel en lo poco
(Mt. 25, 21).
9. En las cuales mercedes, si todavía el alma fuere fiel
y retirada, no parará el Señor hasta subirla de
grado en grado hasta la divina unión y transformación.
Porque Nuestro Señor de tal manera va probando al alma
y levantándola, que primero la da cosas muy exteriores
y bajas según el sentido, conforme a su poca capacidad,
para que, habiéndose ella como debe, tomando aquellos primeros
bocados con sobriedad para fuerza y sustancia, la lleve a más
y mejor manjar. De manera que, si venciere al demonio en lo primero,
pasará a lo segundo; y si también en lo segundo,
pasará a lo tercero; y de ahí adelante todas las
siete mansiones, hasta meterla el Esposo en la cela
vinaria (Ct. 2, 47) de su perfecta caridad, que son
los siete grados de amor.
10. ¡Dichosa el alma que supiere pelear contra aquella bestia
del Apocalipsis (12, 3), que tiene siete cabezas, contrarias a
estos siete grados de amor, con las cuales contra cada uno hace
guerra, y con cada una pelea con el alma en cada una de estas
mansiones, en que ella está ejercitando y ganando cada
grado de amor de Dios! Que, sin duda, que si ella fielmente peleare
en cada una y venciere, merecerá pasar de grado en grado
y de mansión en mansión hasta la última,
dejando cortadas a la bestia sus siete cabezas, con que le hacía
la guerra furiosa, tanto que dice allí san Juan que le
fue dado que pelease contra los santos
y los pudiese vencer en cada uno de estos grados de amor, poniendo
contra cada uno armas y municiones bastantes (ib. 13, 17).
Y así, es mucho de doler que muchos, entrando en esta batalla
espiritual contra la bestia, aún no sean para cortarle
la primera cabeza, negando las cosas sensuales del mundo. Y ya
que algunos acaban consigo y se la cortan, no le cortan la segunda,
que es las visiones del sentido de que vamos hablando. Pero lo
que más duele es que algunos, habiendo cortado no sólo
segunda y primera, sino aun la tercera (que es acerca de los sentidos
sensitivos interiores, pasando de estado de meditación,
y aun más adelante) al tiempo de entrar en lo puro del
espíritu, los vence esta espiritual bestia, y vuelve a
levantar contra ellos y a resucitar hasta la primera cabeza, y
hácense las postrimerías
de ellos peores que las primerías en su recaída,
tomando otros siete espíritus consigo
peores que él (Lc. 11, 26).
11. Ha, pues, el espiritual de negar todas las aprehensiones con
los deleites temporales que caen en los sentidos exteriores, si
quiere cortar la primera cabeza y segunda a esta bestia, entrando
en el primer aposento de amor, y segundo de viva fe, no
queriendo hacer presa ni embarazarse con lo que se les da a los
sentidos, por cuanto es lo que más deroga a la fe.
12. Luego claro está que estas visiones y aprehensiones
sensitivas no pueden ser medio para la unión, pues que
ninguna proporción tienen con Dios. Y una de las causas
por que no quería Cristo que le tocase la Magdalena (Jn.
20, 17) y santo Tomás (Jn. 20, 29) era ésta.
Y así el demonio gusta mucho cuando una alma quiere admitir
revelaciones y la ve inclinada a ellas, porque tiene él
entonces mucha ocasión y mano para ingerir errores y derogar
en lo que pudiere a la fe; porque, como he dicho grande rudeza
se pone en el alma que las quiere acerca de ella, y aun a veces
hartas tentaciones e impertinencia.
En que se trata de las aprehensiones imaginarias
que sobrenaturalmente se representan en la fantasía. Dice
cómo no pueden servir al alma de medio próximo para
la unión con Dios.
1. Ya que habemos tratado de las aprehensiones que naturalmente
pueden en sí recibir y en ellas obrar con (su) discurso
la fantasía e imaginativa, conviene aquí tratar
de las sobrenaturales, que se llaman visiones imaginarias, que
también, por estar ellas debajo de imagen y forma y figura,
pertenecen a este sentido, ni más ni menos que las naturales.
2. Y es de saber que, debajo de este nombre de visiones imaginarias,
queremos entender todas las cosas que debajo de imagen, forma,
y figura y especie sobrenaturalmente se pueden representar a la
imaginación. Porque todas las aprehensiones y especies
que de todos los cinco sentidos corporales se representan a él
y en él hacen asiento por vía natural, pueden por
vía sobrenatural tener lugar en él y representársele
sin ministerio alguno de los sentidos exteriores. Porque este
sentido de la fantasía, junto con la memoria, es como un
archivo y receptáculo del entendimiento, en que se reciben
todas las formas e imágenes inteligibles: y así,
como si fuese un espejo, las tiene en sí, habiéndolas
recibido por vía de los cinco sentidos, o, como decimos,
sobrenaturalmente; y así las representa al entendimiento,
y allí el entendimiento las considera y juzga de ellas.
Y no sólo puede eso, mas aún puede componer e imaginar
otras a la semejanza de aquellas que allí conoce.
3. Es, pues, de saber que, así como los cinco sentidos
exteriores representan las imágenes y especies de sus objetos
a estos interiores, así sobrenaturalmente, como decimos,
sin los sentidos exteriores puede Dios y el demonio representar
las mismas imágenes y especies, y mucho más hermosas
y acabadas. De donde, debajo de estas imágenes muchas veces
representa Dios al alma muchas cosas, y la enseña mucha
sabiduría; como a cada paso se ve en la sagrada Escritura,
como (vio) Isaías a Dios en su gloria debajo del humo que
cubría el templo y de los serafines que cubrían
con las alas el rostro y los pies (6, 24); Jeremías
la vara que velaba (1, 11), Daniel multitud de visiones (7, 10),
etc.
Y también el demonio procura con las suyas, aparentemente
buenas, engañar al alma, como es de ver en el de los Reyes
(3 Re. 22, 11), cuando engañó a todos los profetas
de Acab, representándoles en la imaginación los
cuernos con que dijo había de destruir a los asirios, y
fue mentira. Y las visiones que tuvo la mujer de Pilatos (Mt.
27, 19) sobre que no condenase a Cristo, y otros muchos lugares.
Donde se ve cómo, en este espejo de la fantasía
e imaginativa, estas visiones imaginarias
acaecen a los aprovechados más frecuentemente que las corporales
exteriores. Estas, como decimos, no se diferencian de las
que entran por los sentidos exteriores en cuanto imágenes
y especies; pero, en cuanto al efecto que hacen y perfección
de ellas, mucha diferencia hay, porque son más sutiles
y hacen más efecto en el alma, por cuanto son sobrenaturales
y más interiores que las sobrenaturales exteriores. Aunque
no se quita por eso que algunas corporales de estas exteriores
hagan más efecto; que, en fin, es como Dios quiere que
sea la comunicación. Pero hablamos en cuanto es de parte
de ellas, por cuanto son más espirituales.
4. Este sentido de la imaginación y fantasía es
donde ordinariamente acude el demonio con sus ardides, ahora naturales,
ahora sobrenaturales; porque ésta es la puerta y entrada
para el alma, y como habemos dicho, aquí viene el entendimiento
a tomar y dejar, como a puerta o plaza de su provisión.
Y por eso siempre Dios y también el demonio acuden aquí
con sus joyas de imágenes y formas sobrenaturales para
ofrecerlas al entendimiento; puesto que Dios no sólo se
aprovecha de este medio para instruir al alma, pues mora sustancialmente
en ella, y puede por sí y por otros medios.
5. Y no hay para qué yo aquí me detenga en dar doctrina
de indicios para que se conozcan cuáles visiones serán
de Dios y cuáles no, y cuáles en una manera y cuáles
en otra; pues mi intento aquí no es ése, sino sólo
instruir al entendimiento en ellas, para que no se embarace e
impida para la unión con la divina Sabiduría con
las buenas, ni se engañe en las falsas.
6. Por tanto, digo que, de todas estas aprehensiones
y visiones imaginarias y otras cualesquiera formas o especies,
como ellas se ofrezcan debajo de forma o imagen o alguna inteligencia
particular, ahora sean falsas de parte del demonio, ahora se conozcan
ser verdaderas de parte de Dios, el entendimiento no se ha de
embarazar ni cebar en ellas, ni las ha el alma de querer admitir
ni tener, para poder estar desasida, desnuda, pura y sencilla,
sin algún modo y manera, como se requiere para la unión.
7. Y de esto la razón es porque todas estas formas ya dichas
siempre en su aprehensión se representan, según
habemos dicho, debajo de algunas maneras y modos limitados, y
la Sabiduría de Dios, en que se ha de unir el entendimiento,
ningún modo ni manera tiene, ni cae debajo de algún
límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque
totalmente es pura y sencilla. Y como quiera que, para juntarse
dos extremos, cual es el alma y la divina Sabiduría, será
necesario que vengan a convenir en cierto medio de semejanza entre
sí, de aquí es que también el
alma ha de estar pura y sencilla, no limitada ni atenida a alguna
inteligencia particular, ni modificada con algún límite
de forma, especie e imagen. Que, pues Dios no cae debajo de imagen
ni forma, ni cabe debajo de inteligencia particular, tampoco el
alma, para caer en Dios, ha de caer debajo de forma e inteligencia
distinta.
8. Y que en Dios no haya forma ni semejanza, bien lo da a entender
el Espíritu Santo en el Deuteronomio (4, 12), diciendo:
Vocem verborum eius audistis, et formam
penitus non vidistis; que quiere decir: Oísteis
la voz de sus palabras, y totalmente no visteis en Dios alguna
forma. Pero dice que había allí tinieblas, y nube,
y oscuridad, que es la noticia confusa y oscura que habemos dicho,
en que se une el alma con Dios. Y luego más adelante (4,
15) dice: Non vidistis aliquam similitudinem
in die, qua locutus est vobis Dominus in Horeb de medio ignis,
esto es: No visteis vosotros semejanza alguna en Dios en el día
que os habló de medio del fuego, en el monte Horeb.
9. Y que el alma no pueda llegar a lo alto de Dios, cual en esta
vida se puede, por medio de algunas formas y figuras, también
lo dice el mismo Espíritu Santo en los Números (12,
68), donde, reprehendiendo Dios a Aarón y María,
hermanos de Moisés, porque murmuraban contra él,
queriendo darles a entender el alto estado en que le había
puesto de unión y amistad consigo, dijo: Si
quis inter vos fuerit propheta Domini in visione apparebo ei,
vel per somnium loquar ad illum. At (non) talis servus meus Moyses,
qui in omni domo mea fidelissimus est: ore enim ad os loquor ei,
palam, et non per aenigmata et figuras Dominum videt;
que quiere decir: Si entre vosotros hubiere algún profeta
del Señor, aparecerle he en alguna visión o forma
o hablaré con él entre sueños. Pero no hay
tal como mi siervo Moisés, que en toda mi casa es fidelísimo
y hablo con él boca a boca, y no ve a Dios por comparaciones,
semejanzas y figuras. En lo cual se da a entender
claro que en este alto estado de unión que vamos hablando,
no se comunica Dios al alma mediante algún disfraz de visión
imaginaria, o semejanza, o figura, ni la ha de haber; sino que
boca a boca, esto es, esencia pura y desnuda de Dios, que es la
boca de Dios en amor, con esencia pura y desnuda del alma, que
es la boca del alma en amor de Dios.
10. Por tanto, para venir a esta unión de amor de Dios
esencial, ha de tener cuidado el alma de no se ir arrimando a
visiones imaginarias, ni formas, ni figuras, ni particulares inteligencias,
pues no le pueden servir de medio proporcionado y próximo
para tal efecto; antes le harían estorbo, y por eso las
ha de renunciar y procurar de no tenerlas. Porque, si por algún
caso se hubiesen de admitir y preciar, era por el provecho que
las verdaderas hacen en el alma y buen efecto. Pero
para esto no es necesario admitirlas, antes conviene, para mejoría,
siempre negarlas. Porque estas visiones imaginarias, el
bien que pueden hacer al alma, también como las corporales
exteriores que habemos dicho, es comunicarle inteligencia, o amor,
o suavidad; pero para que causen este efecto en ella, no es menester
que ella las quiera admitir, porque, como también queda
dicho arriba, en ese mismo punto que en la imaginación
hacen presencia, la hacen en el alma e infunden a la inteligencia
y amor, o suavidad, o lo que Dios quiere que causen.
Y no sólo juntamente, pero principalmente, aunque no en
el mismo tiempo, hacen en el alma su efecto pasivamente, sin ser
ella parte para lo poder impedir aunque quisiese, como tampoco
lo fue para lo saber adquirir, aunque lo haya sido antes para
se saber disponer. Porque, así como la vidriera no es parte
para impedir el rayo del sol que da en ella, sino que pasivamente,
estando ella dispuesta con limpieza, la esclarece sin su diligencia
u obra, así también el alma, aunque ella quiera,
no puede dejar de recibir en sí las influencias y comunicaciones
de aquellas figuras, aunque más las quisiere resistir;
porque a las infusiones sobrenaturales no las puede resistir la
voluntad negativa con resignación humilde y amorosa, sino
sola la impureza e imperfecciones del alma, como también
en la vidriera impiden la claridad las manchas.
11. Donde se ve claro que, cuanto más el alma se desnudare
con la voluntad y afecto de las aprehensiones de las manchas de
aquellas formas, imágenes y figuras en que vienen envueltas
las comunicaciones espirituales que habemos dicho, no sólo
no se priva de estas comunicaciones y bienes que causan, mas se
dispone mucho más para recibirlas con más abundancia,
claridad y libertad de espíritu y sencillez, dejadas aparte
todas aquellas aprehensiones, que son las cortinas y velos que
encubren lo espiritual que allí hay, y así ocupan
el espíritu y sentido, si en ellas se quisiese cebar, de
manera que sencilla y libremente no se pueda comunicar el espíritu;
porque, estando ocupada con aquella corteza, está claro
que no tiene libertad el entendimiento para recibir (aquellas
formas). De donde, si el alma entonces las quiere admitir y hacer
caso de ellas, sería embarazarse y contentarse con lo menos
que hay en ellas, que es todo lo que ella puede aprehender y conocer
de ellas, lo cual es aquella forma e imagen y particular inteligencia.
Porque lo principal de ellas, que es lo espiritual que se le infunde,
no sabe ella aprehender ni entender, ni sabe cómo es, ni
lo sabría decir, porque es puro espiritual. Solamente lo
que de ellas sabe, como decimos, es lo menos que hay en ellas
a su modo de entender, que es las formas por el sentido. Y por
eso digo que pasivamente, sin que ella ponga su obra de entender
y sin saberla poner, se le comunica de aquellas visiones lo que
ella no supiera entender ni imaginar.
12. Por tanto, siempre se han de apartar los ojos del alma de
todas estas aprehensiones que ella puede ver y entender distintamente
(lo cual comunica en sentido y no hace fundamento y seguro de
fe), y ponerlos en lo que no ve ni pertenece al sentido, sino
al espíritu, que no cae en figura de sentido, que es lo
que la lleva a la unión en fe, la cual es el propio medio,
como está dicho. Y así, le aprovecharán al
alma estas visiones en sustancia para fe, cuando bien supiere
negar lo sensible e inteligible de ellas y usara bien del fin
que Dios tiene en darlas al alma, desechándolas. Porque,
como dijimos de las corporales, no las da Dios para que el alma
las quiera tomar y poner su asimiento en ellas.
13. Pero nace aquí una duda, y es: si es verdad que Dios
da al alma las visiones sobrenaturales, no para que ella las quiera
tomar, ni arrimarse a ellas, ni hacer caso de ellas, ¿para
qué se las da, pues en ellas puede el alma caer en muchos
yerros y peligros, o por lo menos en los inconvenientes que aquí
se escriben para ir adelante, mayormente pudiendo Dios dar al
alma y comunicarle espiritualmente y en sustancia lo que le comunica
por el sentido mediante las dichas visiones y formas sensibles?
14. Responderemos a esta duda en el siguiente capítulo,
y es de harta doctrina y bien necesaria, a mi ver, así
para los espirituales como para los que los enseñan, porque
se enseña el estilo y fin que Dios en ellas lleva; el cual
por no lo saber muchos, ni se saben gobernar, ni encaminar a sí
ni a otros en ellas a la unión. Que
piensan que, por el mismo caso que conocen ser verdaderas y de
Dios, es bueno admitirlas, y asegúranse en ellas, no mirando
que también en éstas hallará el alma su propiedad,
y asimiento y embarazo, como en las cosas del mundo, si no las
sabe renunciar como a ellas. Y así les parece que
es bueno admitir las unas y reprobar las otras, metiéndose
a sí mismos y a las almas en gran trabajo y peligro acerca
del discernir entre la verdad y falsedad de ellas. Que ni Dios
les manda poner en ese trabajo, ni que a las almas sencillas y
simples las metan en ese peligro y contienda; pues tienen doctrina
sana y segura, que es la fe, en que han de caminar adelante.
15. La cual no puede ser sin cerrar los ojos a todo lo que es
de sentido e inteligencia clara y particular. Porque, aun con
estar san Pedro tan cierto de la visión de gloria que vio
en Cristo en la transfiguración, después de haberlo
contado en su Epístola 2ª canónica (1, 1718),
no quiso que lo tomasen por principal testimonio de firmeza, sino,
encaminándolos a la fe, dijo (1, 19): Et
habemus firmiorem propheticum sermonem: cui benefacitis attendentes,
quasi lucernae lucenti in caliginoso loco, donec dies elucescat,
etc.; quiere decir: Y tenemos más firme testimonio que
esta visión del Tabor, que son los dichos y palabras de
los profetas que dan testimonio de Cristo, a las cuales hacéis
bien de arrimaros, como a la candela que da luz en el lugar oscuro.
En la cual comparación, si quisiéremos mirar, hallaremos
la doctrina que vamos enseñando. Porque, en decir que miremos
a la fe que hablaron los profetas, como "a candela que luce
en lugar oscuro", es decir que nos quedemos a oscuras, cerrados
los ojos a todas esotras luces, y que en esta tiniebla sola la
fe, que también es oscura, sea luz a que nos arrimemos.
Porque si nos queremos arrimar a esotras luces claras de inteligencias
distintas, ya nos dejamos de arrimar a la oscura, que es la fe,
y nos deja de dar la luz en el lugar oscuro que dice san Pedro;
el cual lugar, que aquí significa el entendimiento que
es el candelero donde se asienta esta candela de la fe, ha de
estar oscuro "hasta que le amanezca" en la otra vida
"el día" de la clara visión de Dios, y
en ésta el de la transformación y unión.
En que se declara el fin y estilo que Dios
tiene en comunicar al alma los bienes espirituales por medio de
los sentidos, en lo cual se responde a la duda que se ha tocado.
5. De esta manera, pues, la va Dios instruyendo y haciéndola
espiritual, comenzándole a comunicar lo espiritual desde
las cosas exteriores, palpables y acomodadas al sentido, según
la pequeñez y poca capacidad del alma, para que mediante
la corteza de aquellas cosas sensibles, que de suyo son buenas,
vaya el espíritu haciendo actos particulares y recibiendo
tantos bocados de comunicación espiritual, que venga a
hacer hábito en lo espiritual y llegue a actual sustancia
de espíritu, que es ajena de todo sentido; al cual, como
habemos dicho, no puede llegar el alma sino muy poco a poco, a
su modo, por el sentido, a que siempre ha estado asida.
Y así, a la medida que va llegando
más al espíritu acerca del trato con Dios, se va
más desnudando y vaciando de las vías del sentido,
que son las del discurso y meditación imaginaria. De donde,
cuando llegare perfectamente al trato con Dios de espíritu,
necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de Dios
podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así
como cuanto más una cosa se va arrimando más a un
extremo, más se va alejando y enajenando del otro, y cuando
perfectamente se arrimare, perfectamente se habrá también
apartado del otro extremo. Por lo cual, comúnmente se dice
un adagio espiritual, y es: Gustato spiritu,
desipit omnis caro, que quiere decir: Acabado de recibir
el gusto y sabor del espíritu, toda carne es insipiente.
Esto es: no aprovechan ni entran en gusto todas las vías
de la carne; en lo cual se entiende de todo trato de sentido acerca
de lo espiritual. Y está claro, porque si es espíritu,
ya no cae en sentido, y si es que puede comprehenderlo el sentido,
ya no es puro espíritu. Porque cuanto más de ello
puede saber el sentido y aprehensión natural, tanto menos
tiene de espíritu y (de) sobrenatural, como arriba queda
dado a entender.
6. Por tanto, el espíritu ya perfecto
no hace caso del sentido, ni recibe por él, ni principalmente
se sirve ni ha menester servirse de él para con Dios, como
hacía antes cuando no había crecido en espíritu.
Y esto es lo que quiere decir aquella autoridad de san Pablo
a
los Corintios (1 Cor. 13, 11), diciendo:
Cum
essem parvulus, loquebar ut parvulus, sapiebam ut parvulus, cogitabam
ut parvulus. Quando autem factus sum vir, evacuavi quae erant
parvuli; quiere decir: Cuando era yo pequeñuelo,
sabía como pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo,
pensaba como pequeñuelo; pero cuando fui hecho varón,
vacié las cosas que eran de pequeñuelo.
Ya habemos dado a entender cómo las cosas del sentido y
el conocimiento que el espíritu puede sacar por ellas son
ejercicio de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese
siempre asir a ellas y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría
de ser pequeñuelo niño, y siempre hablaría
de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios como pequeñuelo,
y pensaría de Dios como pequeñuelo; porque, asiéndose
a la corteza del sentido, que es el pequeñuelo, nunca vendría
a la sustancia del espíritu, que es el varón perfecto.
Y así, no ha de querer el alma admitir las dichas revelaciones,
para ir creciendo, aunque Dios se las ofrezca; así como
el niño ha menester dejar el pecho, para hacer su paladar
a manjar más sustancial y fuerte.
7. Pues luego diréis: ¿será menester que el
alma, cuando es pequeñuelo, las quiera tomar, y las deje
cuando es mayor: así como el niño es menester que
quiera tomar el pecho para sustentarse, hasta que sea mayor para
poderle dejar?
Respondo que, acerca de la meditación y discurso natural
en que comienza el alma a buscar a Dios, es verdad que no ha de
dejar el pecho del sentido para ir(se) sustentando, hasta que
llegue a sazón y tiempo que pueda dejarle, que es cuando
Dios pone al alma en trato más espiritual, que es la contemplación,
de lo cual dimos ya doctrina en el capítulo 13 de este
libro. Pero cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones
sobrenaturales que pueden caer en el sentido sin el albedrío
del hombre, digo que en cualquier tiempo y sazón, ahora
sea en estado perfecto, ahora en menos perfecto, aunque sean de
parte de Dios, no las ha el alma de querer admitir, por dos cosas:
La una porque él, como habemos dicho, hace en el alma su
efecto, sin que ella sea parte para impedirlo, aunque impida y
pueda impedir la visión, lo cual acaece muchas veces. Y,
por consiguiente, aquel efecto que había de causar en el
alma mucho más se le comunica en sustancia, aunque no sea
en aquella manera. Porque, como también dijimos, el alma
no puede impedir los bienes que Dios le quiere comunicar, ni es
parte para ello, si no es con alguna imperfección y propiedad.
Y en renunciar estas cosas con humildad y recelo, ninguna imperfección
ni propiedad hay.
La segunda es por librarse del peligro y trabajo que hay en discernir
las malas de las buenas, y conocer si es ángel de luz o
de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en que no hay provecho ninguno,
sino gastar tiempo y embarazar el alma con aquello y ponerse en
ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir adelante, no poniendo
el alma en lo que hace al caso, desembarazándola de menudencias
de aprehensiones e inteligencias particulares según queda
dicho de las visiones corporales y de éstas se dirá
más adelante.
8. Y esto se crea: que si Nuestro Señor no hubiese de llevar
el alma al modo de la misma alma, como aquí diremos, nunca
le comunicaría la abundancia de su espíritu por
esos arcaduces tan angostos de formas y figuras y particulares
inteligencias, por medio de las cuales da el sustento al alma
por meajas. Que por eso dijo David (Sal. 147, 17):
Mitit
crystallum suam sicut buccellas; que es tanto como
decir: Envía su sabiduría a las almas como a bocados.
Lo cual es harto de doler que, teniendo el alma capacidad infinita,
la anden dando a comer por bocados del sentido, por su poco espíritu
e inhabilidad sensual. Y por eso también a san Pablo le
daba pena esta poca disposición y pequeñez para
recibir el espíritu, cuando, escribiendo a los de Corinto
(1 Cor. 3, 12), dijo: Yo, hermanos,
como viniese a vosotros, no os pude hablar como a espirituales,
sino como a carnales; porque no pudisteis recibirlo, ni tampoco
ahora podéis. Tamquam parvulis in Christo lac potum vobis
dedi, non escam, esto es: Como a pequeñuelos
en Cristo os di a beber leche y no a comer manjar sólido.
9. Resta, pues, ahora saber que el alma no ha de poner los ojos
en aquella corteza de figuras y objeto que se le pone de delante
sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como
son locuciones y palabras al oído y visiones de santos
a los ojos, y resplandores hermosos, y olores a las narices, y
gustos y suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto,
que suelen proceder del espíritu, lo cual es más
ordinario a los espirituales; ni tampoco los ha de poner en cualesquier
visiones del sentido interior, cuales son las imaginarias; antes
renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel
buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar
y poner por ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente,
sin advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún
gusto sensible. Y así, se toma de estas cosas sólo
lo que Dios pretende y quiere, que es el espíritu de devoción,
pues que no las da para otro fin principal; y se deja lo que él
dejaría de dar, si se pudiese recibir en el espíritu
sin ello (como habemos dicho, que es el ejercicio y aprehensión
del sentido).
En que declara cómo, aunque Dios
responde a lo que se le pide algunas veces, no gusta de que usen
de tal término. Y prueba cómo, aunque condesciende
y responde, muchas veces se enoja.
1. Asegúranse, como habemos dicho, algunos espirituales
en tener por buena la curiosidad que algunas veces usan en procurar
saber algunas cosas por vía sobrenatural, pensando que,
pues Dios algunas veces responde a instancia de ello, que es aquél
buen término y que Dios gusta de él; como quiera
que sea verdad que, aunque les responde, ni es buen término
ni Dios gusta de él, antes disgusta; y no sólo eso,
mas muchas veces se enoja y ofende mucho.
La razón de esto es, porque a ninguna
criatura le es lícito salir fuera de los términos
que Dios la tiene naturalmente ordenados para su gobierno.
Al hombre le puso términos naturales y racionales para
su gobierno; luego querer salir de ellos no es lícito,
y querer averiguar y alcanzar cosas por vía sobrenatural
es salir de los términos naturales; luego es cosa no lícita;
luego Dios no gusta de ellos, pues de todo lo ilícito se
ofende. Bien sabía esto el rey Acab, pues que, aunque de
parte de Dios le dijo Isaías que pidiese una señal,
no quiso hacerlo, diciendo (Is. 7, 12): Non
petam, et non tentabo Dominum, esto es: No pediré
tal cosa y no tentaré a Dios. Porque tentar a Dios es querer
tratarle por vías extraordinarias, cuales son las sobrenaturales.
2. Diréis: Pues, si así es, que Dios no gusta, ¿por
qué algunas veces responde Dios? Digo que (algunas veces
responde el demonio; pero las que responde Dios digo que es):
por la flaqueza del alma que quiere ir por aquel camino, porque
no se desconsuele y vuelva atrás, o por que no piense está
Dios mal con ella y se sienta demasiado, o por otros fines que
Dios sabe, fundados en la flaqueza de aquel alma, por donde ve
que conviene, responde y condesciende por aquella vía.
Como también lo hace con muchas almas flacas y tiernas
en darles gustos y suavidad en el trato con Dios muy sensible,
según está dicho arriba; mas no porque él
quiera ni guste que con él se trate con ese término
ni por esa vía. Mas a cada uno da, como habemos dicho,
según su modo; porque Dios es como la fuente, de la cual
cada uno coge como lleva el vaso, y a veces las deja coger por
esos caños extraordinarios; mas no se sigue por eso que
es lícito (querer) coger el agua por ellos, si no es al
mismo Dios, que la puede dar cuándo, cómo y a quien
él quiere, y por lo que él quiere, sin pretensión
de la parte. Y así, como decimos, algunas veces condesciende
con el apetito y ruego de algunas almas, que porque son buenas
y sencillas, no quiere dejar de acudir por no entristecerlas,
mas no porque guste del tal término.
3. Lo cual se entenderá mejor por esta comparación.
Tiene un padre de familia en su mesa muchos y diferentes manjares
y unos mejores que otros. Está un niño pidiéndole
de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra; y pide
de aquél porque él sabe comer de aquél mejor
que de otro. Y, como el padre ve que aunque le dé del mejor
manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y que no tiene
gusto sino en aquél, porque no se quede sin su comida y
desconsolado, dale de aquél con tristeza. Como vemos que
hizo Dios con los hijos de Israel cuando le pidieron rey: se lo
dio de mala gana, porque no les estaba bien. Y así, dijo
a Samuel (1 Sm. 8, 7): Audi vocem populi
in omnibus quae loquuntur tibi: non enim te abiecerunt, sed me;
que quiere decir: Oye la voz de este tu pueblo y concédeles
el rey que te piden, porque no te han desechado a ti, sino a mí,
porque no reine yo sobre ellos. A la misma
manera condesciende Dios con algunas almas, concediéndoles
lo que no les está mejor, porque ellas no quieren o no
saben ir sino por allí. Y así, también algunas
alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y dáselo
Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido
de los trabajos de la cruz de su Hijo, a que él querría
echasen mano más que a otra alguna cosa.
4. Aunque querer saber cosas por vía
sobrenatural, por muy peor lo tengo que querer otros gustos espirituales
en el sentido. Porque yo no veo por dónde el alma
que las pretende deje de pecar por lo menos venialmente, aunque
más buenos fines tenga y más puesta esté
en perfección, y quien se lo mandase y consintiese también.
Porque no hay necesidad de nada de eso, pues hay razón
natural y ley y doctrina evangélica, por donde muy bastantemente
se pueden regir, y no hay dificultad ni necesidad que no se pueda
desatar y remediar por estos medios muy a gusto de Dios y provecho
de las almas.
Y tanto nos habemos de aprovechar de la razón y doctrina
evangélica, que, aunque ahora queriendo nosotros, ahora
no queriendo, se nos dijesen algunas cosas sobrenaturales, sólo
habemos de recibir aquello que cae en mucha razón y ley
evangélica. Y entonces recibirlo, no
porque es revelación, sino porque es razón, dejando
aparte todo sentido de revelación; y aun entonces conviene
mirar y examinar aquella razón mucho más que si
no hubiese revelación sobre ella, por cuanto el demonio
dice muchas cosas verdaderas y por venir, y conformes a razón,
para engañar.
5. De donde no nos queda en todas nuestras necesidades, trabajos
y dificultades, otro medio mejor y más seguro que la oración
y esperanza que él proveerá por los medios que él
quisiere. Y este consejo se nos da en la sagrada Escritura (2
Par. 20, 12), donde leemos que, estando el rey Josafat afligidísimo
cercado de enemigos, poniéndose en oración, dijo
el santo rey a Dios: Cum ignoramus quod
facere debeamus, hoc solum habemus residui, ut oculos nostros
dirigamus ad te. Y es como si dijera: Cuando faltan
los medios y no llega la razón a proveer en las necesidades,
sólo nos queda levantar los ojos a ti, para que tú
proveas como mejor te agradare.
6. Y que también Dios, aunque responda a las tales pretensiones
algunas veces, se enoje, aunque también queda dado a entender,
todavía será bueno probarlo con algunas autoridades
de la sagrada Escritura.
En el primer libro de los Reyes (28, 615) se dice que, pidiendo
el rey Saúl que le hablase el profeta Samuel que era ya
muerto, le apareció el dicho profeta; y con todo eso, se
enojó Dios, porque luego le reprehendió Samuel por
haberse puesto en tal cosa, diciendo: Quare
inquietasti me, ut suscitarer?; esto es: ¿Por
qué me has inquietado en hacerme resucitar?
También sabemos que, no porque respondió Dios a
los hijos de Israel dándoles las carnes que pedían,
se dejase de enojar mucho contra ellos, porque luego les envió
fuego del cielo en castigo, según se lee en el Pentateuco
(Núm. 11, 3233) y lo cuenta David (Sal. 77, 3031)
diciendo: Adhuc escae eorum erant in ore
ipsorum, et ira Dei descendit super eos; que quiere
decir: Aún teniendo ellos los bocados en sus bocas, descendió
la ira de Dios sobre ellos.
Y también leemos en los Números (22, 32) que se
enojó Dios mucho contra Balam profeta porque fue a los
madianitas llamado por Balac, rey de ellos, aunque dijo Dios que
fuese porque tenía él gana de ir y lo había
pedido a Dios; porque, estando ya en el camino, le apareció
el ángel con la espada y le quería matar, y le dijo:
Perversa est via tua mihique contraria:
Tu camino es perverso y a mí contrario. Y por eso le quería
matar.
7. De esta manera y de otras muchas condesciende Dios enojado
con los apetitos de las almas. De lo cual tenemos muchos testimonios
en la sagrada Escritura, y sin eso muchos ejemplos. Pero no son
menester en cosa tan clara. Sólo digo
que es cosa peligrosísima, más que sabré
decir, querer tratar con Dios por tales vías y que no dejará
de errar mucho y hallarse muchas veces confuso el que fuere aficionado
a tales modos. Y esto, el que hubiere hecho caso de ellos me entenderá
por la experiencia. Porque allende de la dificultad que
hay en saber no errar en las locuciones y visiones que son de
Dios, hay ordinariamente entre ellas muchas
que son del demonio; porque comúnmente anda en el
alma en aquel traje que anda Dios con ella, poniéndole
cosa tan verosímil a las que Dios le comunica, por injerirse
él a vueltas, como el lobo entre el ganado con pellejo
de oveja (Mt. 7, 15), que apenas se puede entender. Porque como
dice muchas cosas verdaderas y conformes a razón y cosas
que salen verdaderas, puédense engañar fácilmente
pensando que, pues sale verdad y cierta en lo que está
por venir, que no será sino Dios. Porque no saben que es
cosa facilísima, a quien tiene clara la luz natural, conocer
las cosas, o muchas de ellas, que fueron o que serán, en
sus causas. Y como quiera que el demonio tenga esta lumbre tan
viva, puede facilísimamente colegir tal efecto de tal causa,
aunque no siempre sale así, pues todas las causas dependen
de la voluntad de Dios.
8. Pongamos ejemplo: conoce el demonio que la disposición
de la tierra y aires y término que lleva el sol, van de
manera y en tal grado de disposición, que necesariamente,
llegado tal tiempo, habrá llegado la disposición
de estos elementos, según el término que llevan,
a inficionarse, y así a inficionar la gente con pestilencia,
y en las partes que será más y en las que será
menos. Ve aquí conocida la pestilencia en su causa. ¿Qué
mucho es que, revelando el demonio esto a una alma, diciendo:
"De aquí a un año o medio habrá pestilencia",
que salga verdadero? Y es profecía del demonio. Por la
misma manera puede conocer los temblores de la tierra, viendo
que se van hinchiendo los senos de ella de aire, y decir: "En
tal tiempo temblará la tierra"; lo cual es conocimiento
natural; para el cual basta tener el ánimo libre de las
pasiones del alma, según lo dice Boecio por estas palabras:
Si vis claro lumine cernere verum, gaudia
pelle, timorem spemque fugato, nec dolor adsit, esto
es: Si quieres con claridad natural conocer las verdades, echa
de ti el gozo y el temor, y la esperanza y el dolor.
9. Y también se pueden conocer eventos y casos sobrenaturales
en sus causas acerca de la Providencia divina, que justísima
y certísimamente acude a lo que piden las causas buenas
o malas de los hijos de los hombres. Porque se puede conocer naturalmente
que tal o tal persona, o tal o tal ciudad, u otra cosa, llega
a tal o tal necesidad, o tal o tal punto, que Dios, según
su providencia y justicia, ha de acudir con lo que compete a la
causa y conforme a ella, en castigo o en premio o como fuere la
causa; y entonces decir: "En tal tiempo os dará Dios
esto, o hará esto, acaecerá esotro ciertamente".
Lo cual dio a entender la santa Judit (11, 12) a Holofernes, la
cual, para persuadirle que los hijos de Israel habían de
ser destruidos sin falta, le contó muchos pecados de ellos
primero y miserias que hacían, y luego dijo:
Et,
quoniam hoc faciunt, certum est quod in perditionem dabuntur;
que quiere decir: Pues hacen estas cosas, está cierto que
serán destruidos. Lo cual es conocer el castigo en la causa,
que es tanto como decir: cierto está que tales pecados
han de causar tales castigos de Dios, que es justísimo.
Y, como dice la Sabiduría divina (Sab. 11, 17):
Per
quae quis peccat, per haec et torquetur: En aquello
o por aquello que cada uno peca, es castigado.
10. Puede el demonio conocer esto, no sólo naturalmente,
sino aun de experiencia que tiene de haber visto a Dios hacer
cosas semejantes, y decirlo antes y acertar. También el
santo Tobías conoció por la causa el castigo de
la ciudad de Nínive; y así, amonestó a su
hijo, diciendo (14, 1213): Mira,
hijo, en la hora que yo y tu madre muriéremos, sal de esta
tierra, porque ya no permanecerá. Video enim quod iniquitas
eius finem dabit: Yo veo claro que su misma maldad ha de ser causa
de su castigo, el cual será que se acabe y destruya.
Todo lo cual también el demonio y Tobías podían
saber, no sólo en la maldad de la ciudad, sino por experiencia,
viendo que tenían los pecados del mundo por que Dios le
destruyó en el diluvio, y los de los sodomitas, que también
perecieron por fuego; aunque también Tobías lo conoció
por espíritu divino.
11. Y puede conocer el demonio que Pedro naturalmente (no) puede
vivir más de tantos años y decirlo antes. Y así
otras muchas cosas y de muchas maneras que no se pueden acabar
de decir, ni aun comenzar muchas, por ser intrincadísimas
y sutilísimo él en ingerir mentiras. Del
cual no se pueden librar si no es huyendo de todas revelaciones
y visiones y locuciones sobrenaturales.
Por lo cual justamente se enoja Dios con quien las admite, porque
ve es temeridad del tal meterse en tanto peligro, y presunción
y curiosidad, y ramo de soberbia y raíz y fundamento de
vanagloria, y desprecio de las cosas de Dios, y principio de muchos
males en que vinieron muchos. Los cuales tanto vinieron a enojar
a Dios, que de propósito los dejó errar y engañar,
y oscurecer el espíritu, y dejar las vías ordenadas
de la vida, dando lugar a sus vanidades y fantasías, según
lo dice Isaías (19, 14), diciendo: Dominus
miscuit in medio eius spiritum vertiginis: que es tanto
como decir: El Señor mezcló en medio espíritu
de revuelta y confusión, que en buen romance quiere decir
espíritu de entender al revé;s. Lo cual va allí
diciendo Isaías llanamente a nuestro propósito,
porque lo dice por aquellos que andaban a saber las cosas que
habían de suceder por vía sobrenatural. Y, por eso,
dice que les mezcló Dios en medio espíritu de entender
al revés. No porque Dios les quisiese ni les diese efectivamente
el espíritu de errar, sino porque ellos se quisieron meter
en lo que naturalmente no podían alcanzar. Enojado de esto,
los dejó desatinar, no dándoles luz en lo que Dios
no quería que se entremetiesen. Y así, dice que
les mezcló aquel espíritu Dios privativamente. Y
de esta manera es Dios causa de aquel daño, es a saber,
causa privativa, que consiste en quitar él su luz y favor;
tan quitado, que necesariamente vengan en error.
12. Y de esta manera da Dios licencia al demonio para que ciegue
y engañe a muchos, mereciéndolo sus pecados y atrevimientos.
Y puede y se sale con ello el demonio, creyéndole ellos
y teniéndole por buen espíritu. Tanto, que, aunque
sean muy persuadidos que no lo es, no hay remedio de desengañarse,
por cuanto tienen ya por permisión de Dios, ingerido el
espíritu de entender al revés; cual leemos (3 Re.
22, 22) haber acaecido a los profetas del rey Acab, dejándoles
Dios engañar con el espíritu de mentira, dando licencia
al demonio para ello, diciendo: Decipies,
et praevalebis; egredere, et fac ita; que quiere decir:
Prevalecerás con tu mentira y engañarlos has; sal
y (hazlo) así. Y pudo tanto con los profetas y con el rey
para engañarlos, que no quisieron creer al profeta Miqueas,
que les profetizó la verdad muy al revés de lo que
los otros habían profetizado. Y esto fue porque les dejó
Dios cegar, por estar ellos con afecto de propiedad en lo que
querían que les sucediese y respondiese Dios según
sus apetitos y deseos; lo cual era medio y disposición
certísima para dejarlos Dios de propósito cegar
y engañar.
13. Porque así lo profetizó Ezequiel (14, 79)
en nombre de Dios; el cual, hablando contra el que se pone a querer
saber por vía de Dios curiosamente, según la variedad
de su espíritu, dice: Cuando el
tal hombre viniere al profeta para preguntarme a mí por
él, yo, el Señor, le responderé por mí
mismo, y pondré mi rostro enojado sobre aquel hombre; y
el profeta cuando hubiere errado en lo que fue preguntado, ego,
Dominus, decepi prophetam illum, esto es: Yo, el Señor,
engañé aquel profeta. Lo cual se ha de entender,
no concurriendo con su favor para que deje de ser engañado;
porque eso quiere decir cuando dice: Yo,
el Señor, le responderé por mí mismo,
enojado;
lo cual es apartar él su gracia y favor de aquel hombre.
De donde necesariamente se sigue el ser engañado por causa
del desamparo de Dios. Y entonces acude el demonio a responder
según el gusto y apetito de aquel hombre, el cual, como
gusta de ello, y las respuestas y comunicaciones son de su voluntad,
mucho se deja engañar.
CAPÍTULO 22
5. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer
alguna visión o revelación, no sólo haría
una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los
ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.
Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo:
"Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que
es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora
responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo
en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado,
y hallarás en él aún más de lo que
pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones
en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás
en todo; porque él es toda mi locución y rdspuesta
y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual
os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle
por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Porque
desde aquel día que bajé con mi Espíritu
sobre él en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5):
Hic
est Filius meus dilectus, in quo mihi bene complacui, ipsum
audite,
es a saber: Este es mi amado Hijo, en que me he complacido, a
él oíd; ya alcé yo la mano de todas esas
maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a él.
Oídle a él, porque yo no tengo más fe que
revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba,
era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las (preguntas)
encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que
habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender
toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles. Mas ahora,
el que me preguntase de aquella manera y quisiese que yo le hablase
o algo le revelase, era en alguna manera pedirme
otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella,
que ya está dada en Cristo. Y así, haría
mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello
le faltaría en la fe, mas le obligaba otra vez a encarnar
y pasar por la vida y muerte primera. No hallarás qué
pedirme ni qué desear de revelaciones o visiones de mi
parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás
ya hecho y dado todo eso, y mucho más, en él.
6. Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo,
mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido,
y verás cuántas te responde. Si quisieres que te
declare yo algunas cosas ocultas o casos, pon solos los ojos en
él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría,
y maravillas de Dios, que están encerradas en él,
según mi Apóstol (Col. 2, 3) dice: In
quo sunt omnes thesauri sapentiae et scientiae Dei absconditi,
esto es: En el cual Hijo de Dios están escondidos todos
los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios. Los cuales
tesoros de sabiduría serán para ti muy más
altos y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías
saber. Que por eso se gloriaba el mismo Apóstol (1 Cor.
2, 2), diciendo: Que no había él
dado a entender que sabía otra cosa, sino a Jesucristo,
y a éste crucificado. Y si también quisieses
otras visiones y revelaciones divinas o corporales, mírale
a él también humanado, y hallarás en eso
más que piensas; porque también dice el Apóstol
(Col. 2, 9): In ipso habitat omnis plenitudo
divinitatis corporaliter; que quiere decir: En Cristo
mora corporalmente toda plenitud de divinidad".
CAPÍTULO 24
Pero de estas visiones que causa el demonio a las que son de parte
de Dios hay mucha diferencia. Porque los efectos que éstas
hacen en el alma no son como los que hacen las buenas, antes hacen
sequedad de espíritu acerca del trato con Dios e inclinación
a estimarse, y a admitir y tener en algo las dichas visiones,
y en ninguna manera causan blandura de humildad y amor de Dios.
Ni las formas de éstas se quedan impresas en el alma con
aquella claridad suave que las otras, ni duran, antes se raen
luego del alma, salvo si el alma las estima mucho, que, entonces,
la propia estimación hace que se acuerde de ellas naturalmente;
mas es muy secamente y sin hacer aquel efecto de amor y humildad
que las buenas causan cuando se acuerdan de ellas.
8. Estas visiones, por cuanto son de criaturas,
con quien Dios ninguna proporción ni conveniencia esencial
tiene, no pueden servir al entendimiento de medio próximo
para la unión de Dios. Y así, conviene al alma haberse
puramente negativa en ellas, como en las demás que habemos
dicho, para ir adelante por el medio próximo, que es la
fe. De donde, de aquellas formas de las tales visiones
que se quedan en el alma impresas, no ha de hacer archivo ni tesoro
el alma, ni ha de querer arrimarse a ellas, porque sería
estarse con aquellas formas, imágenes y personajes, que
acerca del interior reciben, embarazada, y no iría por
negación de todas las cosas a Dios. Porque, dado caso que
aquellas formas siempre se representen allí, no la impedirán
mucho si el alma no quisiere hacer caso de ellas. Porque, aunque
es verdad que la memoria de ellas incita al alma a algún
amor de Dios y contemplación, pero mucho más incita
y levanta la pura fe y desnudez a oscuras de todo eso, sin saber
el alma cómo ni de dónde le viene.
Y así, acaecerá que ande el
alma inflamada con ansias de amor de Dios muy puro, sin saber
de dónde le vienen ni qué fundamento tuvieron. Y
fue que, así como la fe se arraigó e infundió
más en el alma mediante aquel vacío y tiniebla y
desnudez de todas las cosas, pobreza espiritual (que todo lo podemos
llamar una misma cosa), también juntamente se arraiga e
infunde más en el alma la caridad de Dios. De donde,
cuanto más el alma se quiere oscurecer y aniquilar acerca
de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir,
tanto más se infunde de fe, y por consiguiente, de amor
y esperanza en ella, por cuanto estas tres virtudes teologales
andan en uno. CAPÍTULO 26
4. Y éste es el sentido de aquella autoridad con que comienza
san Pablo (Heb. 1, 12) a querer inducir a los hebreos a
que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de
la Ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente,
diciendo: Multifariam multisque modis olim
Deus loquens patribus in prophetis: novissime autem diebus istis
locutus est nobis in Filio. Y es como si dijera: Lo
que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros
padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre,
en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una
vez. En lo cual da a entender el Apóstol que Dios
ha quedado como mudo y no tiene más que hablar,
porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha
hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo.
7. Puede también el demonio causar estas visiones en el
alma mediante alguna lumbre natural, en que por sugestión
espiritual aclara al espíritu las cosas, ahora sean presentes,
ahora ausentes. De donde, sobre aquel lugar de san Mateo (4, 8)
donde dice que el demonio a Cristo ostendit
omnia regna mundi et gloriam eorum, es a saber: Le
mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,
dicen algunos doctores que lo hizo por sugestión espiritual,
porque con los ojos corporales no era posible hacerle ver tanto,
que viese todos los reinos del mundo y su gloria.
18. Todas estas noticias, ahora sean de Dios, ahora no, muy poco
pueden servir al provecho del alma para ir a Dios si el alma se
quisiese asir a ellas; antes, si no tuviese cuidado de negarlas
en sí, no sólo la estorbarían, sino aun la
dañarían harto y harían errar mucho; porque
todos los peligros e inconvenientes que habemos dicho que puede
haber en las aprehensiones sobrenaturales que habemos tratado
hasta aquí y más puede haber en éstas. Por
tanto, no me alargaré más aquí en esto, pues
en las pasadas habemos dado doctrina bastante, sino sólo
diré que haya gran cuidado en negarlas siempre, queriendo
caminar a Dios por el no saber; y siempre dé cuenta a su
confesor (o maestro) espiritual, estando siempre a lo que dijere.
El cual muy de paso haga pasar al alma por ello, no haciéndole
cuerpo de nada para su camino de unión; pues de estas cosas
que pasivamente se dan al alma siempre se queda en ella el efecto
que Dios quiere, sin que el alma ponga su diligencia en ello.
Y así, no me parece hay para qué decir aquí
el efecto que hacen las verdaderas ni el que hacen las falsas,
porque sería cansar y no acabar; porque los efectos de
éstas no se pueden comprehender debajo de corta doctrina;
por cuanto, como estas noticias son muchas y muy varias, también
lo son los efectos, pues que las buenas los hacen buenos, y las
malas, malos, etc. (En decir que todas se
nieguen, queda dicho lo que basta para no errar).